La palabra vacía es un útero muerto,
un corazón ajado, un mañana sin nadie.
Sofistas de la idea la moldean,
la pintan de purpúreos brillos,
pero seguirá yerma sin alma que la anime,
sin llanto que la riegue,
sin risa que la escalfe.
La palabra es la semilla, el óvulo fecundo,
que los falsos profetas no la aborten
ni los ecos impidan escuchar su canto.
Que el silencio no ahogue su lamento
ni congele su risa ni escañe su aliento.
La palabra es lo único que resta
cuando no queda nada,
la sábana santa del dolor,
la caricia del perdón sincero,
el abrazo del consuelo al desconsuelo,
el adiós que se torna en ¡hasta siempre!
¡Que no te roben la palabra con huecas entelequias!
que no la silencien con olvidos pactados,
con las ruines mordazas del miedo y de las sombras.
Cuando ya no quede ni polvo de nosotros
siempre habrá una palabra nuestra
aleteando en la boca de un niño.
o susurrando en las notas de un verso enamorado.
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