Hace
siglos que se acabaron las pilas,
me
muevo por inercia,
capeando
temporales,
atravesando
desiertos,
dejándome
arrastrar por la corriente.
A veces
me despierto ciego
si es que acaso he conseguido dormir
y me dirijo a tientas a tomar una ducha helada
que me devuelva un poco de cordura,
que me devuelva un poco de cordura,
pero hoy,
tampoco hay agua.
Me siento en el portal esperando un milagro,
pero ni el sol me ilumina ni la lluvia me bendice,
solo la niebla parece acariciar mi soledad
mientras las sombras se ríen de mi sombra.
Me he
mirado al espejo pero
sin gafas,
apenas veo ecos de mi mismo,
caricaturas absurdas que ríen y lloran
apenas veo ecos de mi mismo,
caricaturas absurdas que ríen y lloran
que
gimen o amenazan… pero ya no las temo.
Salgo a la calle
y me
uno a la corriente de zombis tenebrosos
que se hunden en las catacumbas del metro
atrapados en su propia pesadilla
que se hunden en las catacumbas del metro
atrapados en su propia pesadilla
y me
sumo al ritual silencioso y pagano
del Iphone como libro sagrado,
del Iphone como libro sagrado,
arrastrando
mi soledad
por los
túneles del tiempo.
Celebro la liturgia rutinaria,
sacrifico
mis cien víctimas
rindiendo
culto a los dioses,
esperando
que la muerte
no sea
demasiado lenta
ni
demasiado cruel
para hibernar de nuevo
hasta alcanzar ese mañana que nunca llega,
ese
mañana que un día dejé escapar
y se ha perdido para siempre.
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