El péndulo golpea mi cabeza
un vez y otra vez, repetitivo,
inclemente y mordaz, con fría saña
y el tic tac se me clava en los oídos.
Hubo un tiempo en que el tiempo transcurría
mansamente, besando mis orillas,
salpicando mis aguas de futuros
perfumados de menta y hierbabuena
mas llegaron crepúsculos de fuego
presagiando tormenta y pedregada,
y la luz se hizo negra y el rocío
se tornó fría escarcha en la mañana.
Sonarán esas doce campanadas
con clamor a rebato y a locura
reventando mis tímpanos ausentes
a mazazos de esperas sin mesura.
Cuando ya el temporal haya amainado
quedarán esparcidos en mi cauce
los despojos de vida arrebatada
y las negras espumas de mi sangre.
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